Los bosques violentos cuenta lo más terrible que se puede contar. Lo obsceno. La literatura es un camino que a veces se va estrechando hasta conducirnos a la raíz minúscula y fea del mal. De un mal. Presenciar lo más terrible: el dolor agudísimo de una hija. La madre que escribe comprende, entonces, que el cuerpo duele cuando no funciona, que el cuerpo se hace presente cuando no funciona y en esa presencia disfuncional se desestabiliza “el mecanismo de dios, su obra perfecta”. Supongo que Ángela Álvarez Sáez llama dios a la naturaleza. Supongo que, asimismo, es consciente de que el cuerpo aparece también en los placeres extremos.»
— Marta Sanz